La función del estrés y el riesgo de ser un multitasker crónico
Por Lic. María Elisa Lacace Pérsico
Las demandas constantes del siglo XXI pueden hacer que nos sintamos desbordados con frecuencia: turnos, tareas pendientes, plazos que cumplir, reuniones, exámenes, entrevistas, llevar y traer a los niños o personas que dependen de nosotros, pagos, deudas, cuestiones financieras. Esto nos lleva a vivir funcionando en un modo de resolución de problemas. Hacer más en menos tiempo es mejor. No obstante, si bien esta es una conducta deseable en muchos escenarios y nos puede generar buenos resultados en algunas ocasiones, sostenida en el largo plazo resulta insalubre.
Cuando estamos estresados, nuestro cuerpo libera hormonas que sirven para accionar en situaciones de emergencia: pasamos por una activación fisiológica donde podemos sentir un aumento de la frecuencia cardíaca o del ritmo respiratorio, tensión muscular, mayor presión sanguínea, una agudización de nuestros sentidos y en ocasiones la sensación de estar bloqueados, entre otros síntomas. Se trata de nuestro propio organismo reaccionando ante situaciones de estrés: se prepara para luchar, huir o congelarse, que son los tres modos de afrontamiento que hemos tenido para protegernos desde tiempos prehistóricos, y que permitió la supervivencia de nuestra especie. Por ende, es importante que estén en nuestra vida y nos permiten adaptarnos mejor a nuestro ambiente.
Sin embargo, no debemos perder de vista que si bien en situaciones de emergencia el estrés puede salvarnos, si se convierte en una constante diaria puede generar cansancio crónico, caída de cabello, dolores corporales, problemas gastrointestinales y otras cuestiones psicosomáticas. No sólo altera nuestro cuerpo físico, sino también la forma en que pensamos, cómo nos sentimos y cómo nos relacionamos con los demás.
Ahora bien, ¿cómo hacer para no llegar a este extremo? Hay varios puntos fundamentales para tener en cuenta, a saber:
- Quitarnos la costumbre de operar en simultáneo. Tener la mente en varias actividades a la vez nos lleva a trabajar con la atención disociada, no sólo no estamos plenamente atentos a ninguna sino que es frecuente que tengamos olvidos posteriores. Nos acostumbramos a estar siempre con la cabeza en algo más allá de lo que estamos haciendo. Hacer de esto una forma de vida es establecer un modo insalubre: cuando queremos distraernos no podemos quitar de nuestra cabeza los pendientes, podemos tener la sensación constante de estar dejando algo sin hacer, nos cuesta más disfrutar del tiempo libre, aparecen dificultades en la concentración, las hormonas del estrés se disparan, conciliar el sueño se convierte en una misión casi imposible.
- Desarrollar el foco en el momento presente: son muchas las actividades que estimulan esta función. ¿Cómo las identificamos? Suelen ser aquellas que resultan imposibles de sostener cuando se nos va la mente a otros pensamientos. Jugar tennis o ping pong, aprender un baile o practicar una coreografía, leer en un idioma nuevo, realizar actividades que impliquen posturas de equilibrio, por citar sólo algunas. La práctica de meditación o conciencia plena también sirve para fomentar el proceso de aquietar la mente. Que la mente se nos vaya hacia otros pensamientos son parte de su proceso, pero el objetivo es constantemente hacerlo consciente y regresar el foco a nuestra respiración.
- Realizar actividad física aeróbica es un gran reductor del estrés. Y aquí no nos referimos al ejercicio como levantar peso, sino al cardiovascular (o más conocido como “cardio”). Con este último generamos una intensa descarga de energía psicofísica, activamos la circulación, ponemos en marcha un mecanismo fisiológico que tiene un relevante impacto en nuestras emociones y en nuestra manera de pensar. Regula el sueño y nos permite descansar mejor. Incrementa nuestra energía diaria. No se trata de ponerse en forma, sino de mejorar la calidad de vida y nuestro estado psicológico. La correlación entre actividad física y estado emocional y mental de las personas es mayor de la que muchos creen.
- Asegurarnos el tiempo de ocio suficiente: es imposible estar productivo las 24 hs. Alternar las obligaciones con tiempo libre es fundamental para mejorar nuestro proceso atencional.
- Prestar atención a nuestros hábitos de sueño: ¿acostumbramos acostarnos siempre a la misma hora? ¿Cuánto tiempo nos lleva conciliar el sueño? ¿Cuántas horas diarias dormimos?
Es muy frecuente que nuestro estrés tenga relación con problemas que escapan a nuestro control. Solemos tener la ilusión de que con tan sólo solucionarlos, nuestra sobrecarga diaria disminuirá. Lo cierto es que es frecuente que aparezcan otros inconvenientes, inclusive antes de solucionar los que ya teníamos en agenda. Nunca estamos exentos de imprevistos o complicaciones, y tan rápido como resolvemos algo, surge otra cosa. Nunca se puede escapar a esto: cuando estamos desempleados, tenemos los problemas de alguien sin trabajo; cuando estamos trabajando, tenemos los problemas de alguien que trabaja. Los problemas son parte de la existencia misma, y no podemos cambiar eso, pero sí podemos cambiar la manera de sobrellevarlos. Resulta sumamente útil diferenciar lo postergable de impostergable, dándole prioridad a esto último. Al fin y al cabo, quizá se trate de dejar para mañana lo que no se puede resolver hoy.